LA LLORONA
En una calle de Tama la qué que dicen que sale una llorona
loca dicen que baila para acá que dicen que baila para allá con un tabaco
prendido en la boca, a mí me salió una noche nueva en carnaval me meneaba la
cintura como iguana en matorral, le dije que pare un momento no mueva tanto el
motor y al ver que era un espanto ¿hay compadre que sofocón? Que me cojee que me
agarra que me coje la llorona por detrás
Se dice que La Llorona es un espectro del folclor
hispano americano que, según la tradición oral, se presenta como el alma en pena
de una mujer que asesinó o perdió a sus hijos, busca a estos en vano y asusta
con su sobre cogedor llanto a quienes la ven u oyen. Si bien la leyenda cuenta
con muchas variantes, los hechos medulares son siempre los mismos.
En las altas horas de la noche, cuando todo parece dormido y
sólo se escuchan los gritos rudos con que los boyeros avivan la marcha lenta de
sus animales, dicen los campesinos que allá, por el río, alejándose y
acercándose con intervalos, deteniéndose en los frescos remansos que sirven de
aguada a los bueyes y caballos de las cercanías, una voz lastimera llama la
atención de los viajeros.
Es una voz de mujer que solloza, que vaga por las márgenes
del río buscando algo, algo que ha perdido y que no hallará jamás. Atemoriza a
los chicuelos que han oído, contada por los labios marchitos de la abuela, la
historia enternecedora de aquella mujer que vive en los potreros,
interrumpiendo el silencio de la noche con su gemido eterno. Era una pobre
campesina cuya adolescencia se había deslizado en medio de la tranquilidad
escuchando con agrado los pajarillos que se columpiaban alegres en las ramas de
los higuerones. Abandonaba su lecho cuando el canto del gallo anunciaba la
aurora, y se dirigía hacia el río a traer agua con sus tinajas de barro,
despertando, al pasar, a las vacas que descansaban en el camino. Era feliz
amando la naturaleza; pero una vez que llegó a la hacienda de la familia del
patrón en la época de verano, la hermosa campesina pudo observar el lujo y la
coquetería de las señoritas que venían de San José. Hizo la comparación entre
los encantos de aquellas mujeres y los suyos; vio que su cuerpo era tan cimbreante
como el de ellas, que poseían una bonita cara, una sonrisa trastornadora, y se
dedicó a imitarías. Como era hacendosa, la patrona la tomó a su servicio y la
trajo a la capital donde, al poco tiempo, fue corrompida por sus compañeras y
los grandes vicios que se tienen en las capitales, y el grado de libertinaje en
el que son absorbidas por las metrópolis. Fue seducida por un joven cito de esos
que en los salones se dan tono con su cultura y que, con frecuencia, amanecen
completa mente ebrios en las casas de tolerancia. Cuando sintió que iba a ser
madre, se retiró “de la capital y volvió a la casa paterna. A escondidas de su
familia dio a luz a una preciosa niñita que arrojó enseguida al sitio en donde
el río era más profundo, en un momento de incapacidad y temor a enfrentar a un
padre o una sociedad que actuó de esa forma. Después se volvió loca y, según
los campesinos, el arrepentimiento la hace vagar ahora por las orillas de los
riachuelos buscando siempre el cadáver de su hija que no volverá a encontrar. Esta
triste leyenda que, día a día la vemos con más frecuencia que ayer, debido al
crecimiento de la sociedad, de que ya no son los ríos, sino las letrinas y
tanques sépticos donde el respeto por la vida ha pasado a otro plano, nos lleva
a pensar que estamos obligados a educar más a nuestros hijos e hijas, para
evitar lamentarnos y ser más consecuentes con lo que nos rodea. De entonces
acá, oye el viajero a la orilla de los ríos, cuando en callada noche atraviesa
el bosque, aves quejumbrosos, desgarradores y terribles que paralizan la
sangre. Es la Llorona que busca a su hija…
AUTOR: LAURA ROSSANA GIRON LOPEZ
ESTUDIANTE DE: TRABAJO SOCIAL
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